Publicado 13/01/2008 en Suplemento
Crisis de participación
La renuncia a las obligaciones propias dentro de los órganos deliberativos, al delegar facultades (superpoderes), a los que obstentan los cargos ejecutivos con la finalidad que dispongan, sobre materias que no son de su incumbencia constitucional, coloca entre otros factores, en crisis a todo el sistema democrático, debilitándolo en su fundamento.
Si bién es recurrente esta práctica, no significa que la misma, sea válida en términos de democracia. Todo lo contrario. Para que exista democracia, es necesario que existan sujetos democráticos.
Por otro lado, para propender a una sociedad democrática y racional en su decisiones, es necesario que se difundan por los canales naturales y constitucionales (partidos políticos), todas las actividades públicas con el cometido que la ciudadanía en su conjunto, tenga acceso pleno y directo a la información de las actividades del Estado, como formadora de ideas.
Dado que la información llega a la gente transmitida y tamizada por los medios masivos de información, que le colocan su impronta, deja sin posibilidades racionales y democráticas de participar a todos aquellos que poseen inquietudes políticas, debilitando de ese modo, el concepto puro de los hechos, indispensable como constructor de ideas.
El fortalecimiento del sistema democrático, depende de estimular la participación política que es la militancia en los partidos políticos. Dentro de éstos, se debe estudiar como discutir los problemas políticos, institucionales, legislativos, etc., como así también, ocuparse de la difusión de los principios y programas políticos y no solo como adherentes a candidaturas.
Políticos que no cumplen con su rol de demócratas, partidos políticos que no se comportan democráticamente, han redundado directamente en el opacamiento y aplastamiento intelectual del conjunto, generando indiferencia y apatía social.
Sociedades como ésta, con un alto índice de anafalbetismo, con un déficit en la información pública y en la difusión de ideas, produce un retraimiento social que inclina al ciudadano a favorecer a aquellos que prometen la realización de obras concretas, sin meditar en sus costos o beneficios, restándole a su voto un valor transformador y relegando a un segundo plano, a aquellos que proponen el camino de las ideas como prerrequisito para la realización de obras.
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